sábado, 18 de junio de 2011

COLABORACIÓN CON SOLERA - Sin fecha de caducidad (por Fernando Taboada)







Según parece, Franco murió cuando tenía siete años. Quiero decir, cuando tenía siete años yo, porque él, si nos fijamos en la cara que le sacaban en las pesetas rubias, ya debía de tener unos cuantos más. Sin embargo, diga lo que diga la versión oficial, yo soy de la opinión de que Franco sigue vivo. No sé si a la manera en la que se rumorea que siguieron vivos Elvis o Hitler (quienes, por lo visto, se retiraron de incógnito a una isla desierta y sobrevivieron tan ricamente durante lustros a su propio entierro) o si el caudillo se conformó con quedarse entre nosotros de una forma más fantasmagórica. Pero yo juraría que sigue vivo. 

Si no, no se explicaría que desde 1975 no haya pasado un solo día sin que los periódicos publiquen alguna noticia en la que salga a relucir este señor tan conocido. Es posible que ya no inaugure pantanos ni se pasee bajo palio. Puede que tampoco aparezca retratado en una cacería de jabalíes, ni con la caña de pescar, a ver si pican, como solía ocurrir cuando El Pardo era su domicilio habitual. Pero sí que se mantiene en la primera línea de fuego informativo gracias a unas discusiones, muy bizantinas por cierto, que surgen continuamente y que logran que este país nunca deje de oler a bolitas de alcanfor. A veces la noticia está en un pueblo cuyos vecinos andan a la gresca por culpa de una calle que conserva el rótulo dedicado al dictador. Y otras veces la tormenta se desencadena por culpa de un diccionario de Historia, editado con subvenciones públicas, donde las cuatro décadas de dictadura quedan resumidas como un periodo pelín severo y poco más. 

Pero ahí no queda todo. Mientras en el Congreso los diputados se dedicaban estos días a parlamentar sobre la retirada forzosa del célebre diccionario, saltó otra noticia con el Generalísimo como estrella invitada. ¿Y cuál es el último titular que ha proporcionado Franco? Ahora se trata de sus restos mortales: que si hay que desenterrarlos, que si deben permanecer donde están, y así no queda otro remedio que preguntarse: ¿acaso los asuntos del franquismo se encuentran entre los doscientos problemas que más preocupan a los españoles? Yo entiendo que la rutina política consista en resolver problemas y que, cuando no se tienen soluciones para los que ya hay, tengan que inventarse otros problemas, a ver si tienen mejor arreglo. Pero ¿no es una pesadez que el Valle de los Caídos vuelva a estar de actualidad? Desde 1975 muchas cosas han cambiado. Ya no hay pesetas rubias ni desfiles de la Victoria. Ahora ya no torea el Cordobés, sino su hijo. No gobiernan los de antes, aunque muchos sean sus nietos, y Concha Velasco no está tan mona como cuando rodó Las chicas de la Cruz Roja. Sin embargo, hay indicios suficientes para sospechar que, después de tantos años criando jaramagos este muerto está muy vivo. ¿Qué se le va a hacer?


Valle de los Caídos

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